LOS ESCENARIOS TERAPÉUTICOS EN
LA RELACION MADRE-NIÑO
Carlos Núñez Chávez[1]
Sobre la base de la experiencia personal, se hace referencia a los diversos y complejos elementos que entran en juego en las interacciones del subsistema padres-hijos, en el marco de un contexto psicoterapéutico. Esta perspectiva se apoya en la Teoría de los Sistemas pero, al mismo tiempo, se nutre del pensamiento y obra de Daniel Stern.
El proceso de reflexión se complementa con la inclusión de dos casos clínicos que, en lo fundamental, se centran en dos aspectos: 1) las interacciones madre-hijo como “puerta de entrada”, y 2) la representación de la madre gestante como “puerta de entrada”.
Es importante señalar que, en la medida de lo posible, se ha tratado de abordar el tema desde la perspectiva del niño y no necesariamente a partir de una óptica adulta, la mayoría de veces sesgada.
Based on personal experience, we refer to complex elements that interact in parents-children subsystem, inside a psychotherapeutic context. This perspective supports on systemic theory but also on Daniel Stern’s thought and work.
We include two clinical reports to enhance the reflection process centred on two aspects: 1) mother-child interactions as “gateway”, and 2) the pregnant mother presentation as “gateway”.
We have tried to broach this subject from child’s perspective and not from an adult point of view, which is slanted most of times.
“Yo antes dibujaba como
Rafael, pero me llevó una vida
entera aprender a dibujar como un niño”
Picasso
Después de haber transitado durante años por diversos escenarios, compartiendo roles con padres e hijos que presentaban dificultades en sus relaciones tempranas, quiero plantear algunas inquietudes y reflexiones sobre estos encuentros.
De
estos escenarios singulares, Daniel
Stern,
en su libro “La constelación familiar”, hace una recopilación y análisis
de los distintos modelos de intervención psicoterapéutica. Al respecto,
sostiene que la diferencia entre los modelos citados corresponde a la puerta de
entrada y procedimientos utilizados, más no a sus repercusiones y resultados
obtenidos. Para el autor, la semejanza de los resultados logrados se debería a
la interdependencia entre los elementos que intervienen.
Cramer
(1990) realizó un estudio comparativo
de dos enfoques teóricos diferentes, uno de orientación psicoanalítica que
utilizó la psicoterapia breve madre-bebe y, el otro, de orientación conductual
referido a las conductas interactivas. El primero estaba dirigido a
modificar las representaciones maternas mientras el segundo apuntó a las
conductas manifiestas. Los resultados de los dos modelos propuestos fueron
similares; en ambos enfoques se lograron cambios tanto en las representaciones
como en la conducta, a pesar de estar teóricamente diseñados para actuar sólo
a un nivel.
La
modalidad de intervención que se ha utilizado en estos encuentros, se apoya en
la epistemología sistémica aplicada al sub-sistema padres-hijos pequeños (Fivas-Depeusinge,
1987). Teóricamente, hay una posición equidistante con relación a los
enfoques antes mencionados pero, a la vez, cercana al principio de la
interdependencia de los elementos del sistema señalado por Stern. Esta
perspectiva, lleva a centrar nuestras observaciones y modalidades de intervención
en los procesos interactivos de la familia, sin
excluir al individuo
entendido como un sistema de síntesis capaz de
interpretar y representa su mundo relacional. Esto último, corresponde a
una propuesta que busca compaginar posiciones
inicialmente contrapuestas, aproximando en terapia lo
relacional a lo individual.
En
esta concepción, considerar lo individual como un sistema
permite reconocer y evaluar lo que puede estar sucediendo
en
las llamadas “representaciones mentales”
o la antigua “caja negra” de los
primeros teóricos sistémicos. Maturana
y Varela (1985),
al considerar lo individual como un sistema autopoietico, le dan a cada
cual una capacidad autogeneradora que le permite construir sus representaciones
mentales y, a la vez, una propiedad autoreflexiva que hace posible aproximarse a
lo que los otros piensan. A partir de estos procesos recursivos, las
representaciones de los otros pueden hacerse “visibles”, elaborando diversas
estrategias,
como las “imágenes metafóricas” en nuestro
caso.
En
terapia, el terapeuta debe tener en cuenta el concepto de “interacción
no instructiva” propuesto por Maturana
y Varela (1984), en el cual se afirma que el sistema responde a las
perturbaciones introducidas por el terapeuta de una forma coherente con sus
estructuras. En consecuencia, sus respuestas no se puede predecir ni determinar,
aunque sí es posible suponerlas a través de
la propiedad
autogeneradora y autoreflexiva de cada uno de los elementos que
participan.
En
la practica el terapeuta es como un director de escena que, apoyándose en sus
teorías y su creatividad, propone diversas alternativas que permiten crear un
contexto relacional con los participantes, quienes –después de encontrarle
sentido o no –la aceptarán parcial o totalmente, o la rechazarán.
Además
del enfoque teórico, este tipo de escenarios tiene otras características
peculiares, como el momento evolutivo en el cual se encuentra uno de los
participantes (el niño pequeño), quien sin un lenguaje verbal suficiente,
obliga al terapeuta a recurrir a otros códigos de comunicación. Picasso,
refiriéndose a lo esquivo que resulta penetrar en el mundo de los niños
y representarlo, decía “Yo
antes dibujaba como Rafael, pero me llevó la vida entera aprender a dibujar
como un niño”. Tal vez estas dificultades son similares a las que
encuentra el terapeuta, cuando pretende dar significado a las expresiones de los
niños a través de una lógica lineal causa-efecto. En estas circunstancias, la
madre es el mejor referente que permite –a través de la comunicación
circular con su hijo –encontrar el real significado de las cosas, en un
proceso de a dos, y donde cada cual forma un todo interactivo
observable.
Además,
otra de las características que le da singularidad a estos encuentros es la
manera asimetrica como se define la relación frente a una demanda de
atención negociada entre adultos. En la practica clínica, se suele enfrentar
la asimetría terapeuta-padre y adulto-niño, construyendo un marco de
referencia físico que permita crear escenarios donde se organiza el tiempo y el
espacio en estructuras observables y donde, además, el terapeuta participa
activamente como un elemento del sistema, dispuesto a preguntar más que a dar
respuestas.
En esta asimetría natural e irrenunciable, el terapeuta también debe, a nivel del continente, hacer sentir al niño que nuestro adulto será capaz de contenerlo y, a nivel del contenido, ese mismo adulto será capaz de alentar comportamientos espontáneos y creativos de aceptación mutua. Portelance (1998), señala dos actitudes distintas pero complementarias en toda relación de ayuda, y que ella define como “una parte no directiva en el contenido y otra directiva en el continente”. La primera responde a la necesidad de aceptación del otro, en tanto la segunda tiene que ver con la necesidad de seguridad y contención.
Después
de mostrar muy someramente cómo se comparte este mundo de encuentros terapéuticos,
se proponen dos escenarios diferentes, con puertas de entrada y modalidades de
intervención adecuadas a cada una de ellas e ilustradas con casos clínicos.
1.-
Las interacciones madre-hijo como “puerta de entrada”
Para
Daniel
Stern, la “puerta de entrada” “es
el lugar por donde, o el elemento a través del cual, se entra en el método clínico”,
y es a partir de estas puertas que el sistema de ayuda accede al sistema
madre-niño y logra provocar cambios en la conducta o representaciones de sus
elementos, o en las interacciones.
En
nuestro enfoque, el objetivo teórico es el sistema y el concepto “puerta de
entrada” nos sirve de referencia para entrar al sistema. Ya dentro de él,
nuestra actividad estará centrada tanto en la estructura del sistema como en
las interacciones que se dan entre sus miembros. Se intenta perturbar las
estructuras creando un escenario alternativo, con escenas provocadoras que
promuevan nuevas secuencias y nuevas maneras de definir la relación entre
ellos. Y para modificar las configuraciones interactivas prevalentes y
redundantes, utilizamos estrategias que buscan amplificar o desdramatizar el
conflicto o, también, imágenes metafóricas que tienden a integrar
percepciones y puntuaciones diferentes.
El
terapeuta en estos escenarios, ocupa un lugar y una posición bien definida como
sistema de ayuda, que es el de observador participante activo, lo cual le
proporciona la flexibilidad suficiente para entrar y salir de escena.
La
línea imaginaria.
Emilio es un agradable niño de 18 meses, risueño y sociable, el menor de tres hermanos, quienes al nacer Emilio tenían 5 y 8 años. Cuando su madre gestaba, la pareja ya vivía conflictos frecuentes que solían terminar en amenazas de separación. El padre, una persona complaciente y de perfil bajo, había alcanzado en los últimos años un expectante desarrollo profesional, a diferencia de la madre quien después de perder un trabajo excelente comenzó a quedarse en casa, ante la creciente demanda de atención de sus hijos.
Pocos meses después del nacimiento de Emilio, la madre presentó un severo cuadro depresivo que afectó la relación con su hijo. Ella mostraba un gran desinterés por atenderlo, pero a la vez estaba muy preocupada por el futuro de su hijo, que ella suponía catastrófico. El padre vivía alarmado, por los comentarios frecuentes que le hacia su esposa con relación a una idea persistente, “sería mejor que Emilio se muriera”.
En la primera sesión la nana trae a Emilio en brazos, y a prudente distancia de ambos viene la madre. Mientras Emilio camina explorando la habitación mostrando curiosidad, se le pide a la nana que salga, él la sigue hacia la puerta e intenta abrirla, solloza y luego de algunos instantes de incertidumbre reanuda su actividad exploratoria, la madre lo observa en silencio.
Él terapeuta cruza la habitación de lado a lado y traza una línea con su mano en el aire, dividiéndola hipotéticamente en dos territorios, comunicándoles que esta línea imaginaria solo la puede cruzar Emilio, y no así la madre. Luego, le pide a la madre que describa con detalle lo que viene haciendo Emilio, quien se encuentra atareado metiendo juguetes en una caja. En un inicio, esta sencilla tarea le es muy difícil hacerla, rápidamente a pesar de nuestra insistencia, ella habla de sus temores y del hipotético futuro trágico de su hijo. Emilio esta en lo suyo apilando algunos juguetes y en ningún momento busca a la madre con la mirada, pareciera acostumbrado a no contar con ella.
En la segunda sesión Emilio viene de la mano de la nana, mientras con la otra, arrastra una bolsa con juguetes. En esta ocasión la madre entra primero y se ubica en el mismo lugar de la sesión anterior. Se les recuerda que hay una línea imaginaria que solo puede cruzarla Emilio, sin embargo, él continua en su territorio empujando un camión que lo ha cargado y descargado varias veces. En esta sesión se insiste con la madre para que continúe observando lo que hace Emilio y represente en una imagen lo que ve y responde, “veo un pez pequeñito de muchos colores que da vueltas y vueltas en una pecera”. Después de haber dado más detalles sobre esta imagen se le pide que cierre los ojos y deje de pensar y se le pregunta si ha logrado dejar de pensar, y refiere que no.
Dice haber recordado
algunas escenas de su infancia, los conflictos de sus padres y las largas horas
encerrada en su cuarto jugando sola. Ante ello, se insiste representar estos
recuerdos a través de una imagen, ella responde, “estoy mirando por la
ventana, no hay nadie en la casa, al frente el mar con olas muy grandes que me
dan miedo”. Sólo se menciona las dos imágenes representadas
y se
le ayuda a separar lo que ella observa de lo que siente.
Emilio se muestra muy inquieto, por momentos deja de jugar y cruza la línea imaginaria varias veces, se acerca poco a poco al terapeuta y cogiéndolo de la mano, lo lleva donde había apilado los juguetes en forma de montículo, luego trastabillando intenta una y otra vez pasar por encima, mientras ríe y lanza fugaces miradas a su madre. Era evidente que Emilio estaba invitando a su madre a jugar, la madre hizo un intento de levantarse e ir hacia él, pero se le recordó que sólo Emilio tenía la autorización de cruzar la línea a pesar de ser sólo un pececillo que estaba en una pecera.
En la tercera sesión, Emilio se muestra más inquieto y demandante, por momentos lloriquea y mira con más insistencia a la madre. Ella está sentada en la alfombra, lleva un buen rato hablando de ella, de sus dificultades para acercarse a su hijo, de no poder cruzar la línea imaginaria, de no ser una buena madre y de no saber porque viéndolo tan feliz ella siente tanta tristeza. Mientras hablaba seguía con la mirada todos los movimientos de Emilio y por un momento se encontraron sus mirada y se quedaron mirando de lejos. En uno de esos encuentros, ella se preguntó, ¿Es muy bonito no? Se le responde a la madre, “Tal vez por eso es mejor protegerlo y que Emilio continúe en la pecera. Las olas del mar son muy grandes y peligrosas”.
Faltando
algunos minutos para terminar la sesión, Emilio comenzó a llorar con cierta
desesperación y a caminar frotándose los ojos y haciendo pequeños círculos.
Ella que tenía las manos en su regazo, las extendió y las dejo caer a ambos
lados mirándolo,
Emilio gateo y cruzó la línea imaginaria, acurrucándose a su lado.
En
la cuarta sesión Emilio llega en los brazos de mamá.
En el curso de la terapia con Emilio y su madre se han ido utilizado los espacios y las distancias para crear mapas de referencia que sirvieran para contenerlos. Y, a partir de esta contención, replantear entre ellos los límites entre el mundo interno personal y el mundo relacional, así como también en sus representaciones lo fenomenológico y en lo mítico.
Así, a partir de la línea imaginaria, se buscó amplificar estos dos mundos contrapuestos, representados por los impulsos de destrucción y muerte de la madre y el manifiesto deseo de vivir de Emilio. Se les meta-comunicó que estos límites, más míticos que reales, les ayudaban a controlar sus temores, desdramatizando en la madre su manifiesta dificultad para cruzar la línea, y amplificando la ilimitada libertad de Emilio. Así, por ejemplo, cuando se le dice a la madre que no piense en nada, se intenta con esta prescripción amplificar lo que significa para ella no pensar en Emilio, tal vez no querer sentir sus propios temores y sufrimientos.
Debemos
señalar que en la terapia, nos apoyamos mucho en la sorprendente vitalidad y
alegría
de Emilio quien, sin sucumbir a las perturbaciones afectivas de la madre,
lucha por mantener intercambios afectivos con ella, inicialmente usándola como
“telón
de fondo”, hasta posteriormente lograr reanimarla. Desde un inicio, Emilio
nos había mostrado su capacidad para enfrentar y superar situaciones nuevas,
como tolerar la separación de la nana y adaptarse a una situación extraña. Así
mismo, en esa escena pudimos comprender la importancia de la
presencia física de la madre, a pesar de la distancia afectiva planteada
(Cyrulnik
Boris, 2001).
Los
segmentos de conducta que observamos en la interacción madre-bebé, preferimos
interpretarlos y expresarlos a través de metáforas que hemos representado, en
esta ocasión, a través de imágenes. Con relación a las metáforas, Boscoloy
Bertrando (2000) anotan “Cuando
más polivalentes y ricos en posibles connotaciones sean los términos usados,
tanto mayor podrá ser su eficacia.”
y, en ese sentido, el mensaje
metafórico
que tiene referentes múltiples permite asumir el conflicto desde
diversas perspectivas, mostrando cada vez una nueva manera de ver las cosas.
Al
superponer e integrar las dos imágenes, afirmando “Tal
vez por eso es mejor que usted lo proteja y Emilio continúe en la pecera. Las
olas del mar son muy grandes y peligrosas”, se buscaba connotar
positivamente la distancia de la madre como un deseo de proteger a su hijo, ayudándola
a ver los hechos de manera diferente, y buscando ampliar y profundizar su
sensibilidad sabiendo de su capacidad de madre mostrada con sus otros hijos.
2.-
Cómo la puerta de entrada es la representación madre gestante
La
madre, con sus pensamientos, temores y fantasías al inicio de la gestación, va
configurando
sus primeras representaciones
que le permiten mantener tempranamente un diálogo interno con su hijo.
Trabajos recientes sobre la conducta de apego, han confirmado la importancia de
lo imaginado por la madre –cuando esta gestando –para la relación futura
con su
hijo. Main
(1995), a través de la evaluación de los “modelos operatorios
internos” de las gestantes, ha podido predecir en un 65% el tipo de apego que
habrá cuando el bebé tenga 12 meses.
Stern
(1999), en “Nacimiento de una madre”
dice, ”De alguna manera existen tres embarazos que se van produciendo
simultáneamente: el feto físico que se desarrolla en su matriz, la actitud de
maternidad que se desarrolla en su psique y el bebé imaginado que va tomando
forma en su mente”. Las representaciones de este bebé imaginado suelen
modificarse en el tiempo, siendo poco frecuentes en los primeros y los últimos
meses de gestación; posiblemente al inicio del embarazo por un miedo
comprensible a la perdida y, al final del mismo, por el deseo de acercarse a la
imagen real del hijo que va a nacer.
Quiero
puntualizar que, en nuestro marco teórico, el lenguaje tiene una gran
importancia en lo lingüístico y semántico. Comprendiendo las representaciones
mentales como el lenguaje interno aconductual, que se expresa describiendo los
acontecimientos, personas, ideas, sentimientos, historias y experiencias
(Sluzki, 1991), es posible modificarlas, si con la palabra – propuesta como
acción o representada como metáfora –el terapeuta crea un contexto, donde la
responsabilidad de dar
significado a los hechos le corresponde al cliente. Este proceso se hace
más evidente cuando promovemos un dialogo narrativo, como sucede en el caso que
vamos a presentar, en el cual pedimos a la madre interpretar, a través de
relatos, lo que puede estar sucediendo.
La señora X se casó muy joven, había permanecido un año lejos de su familia de origen, y su matrimonio ocurrió meses después de una ruptura sentimental importante. Ella recuerda ambas separaciones como dolorosas. Después de diez años de casada no había podido quedar embarazada, y a pedido del esposo estuvo en dos ocasiones en tratamiento para su aparente infertilidad, sin resultados positivos. Si bien ello afecto a la pareja, sus dificultades habían comenzado tiempo atrás al definir la relación como una complementariedad rígida.
Cabe señalar que ella padecía desde los 17 años un trastorno de la alimentación, que coincidió con la salida de su casa. El señor X vivía mostrando una aparente conformidad frente a estas dificultades, pero su actitud protectora le daba un poder suficientemente útil. La señora X estuvo varios años en tratamiento individual y en los dos últimos años había sido internada en dos ocasiones por presentar episodios de ansiedad acompañada de depresión y fantasías autodestructivas. Al ser dada de alta de su segundo internamiento, el esposo había tomado la decisión de separarse, sin atreverse a comunicarlo, y la señora X sorprendentemente quedo gestando.
Comencé a atenderla cuando tenía dos meses y medio de gestación y me sorprendió que, a pesar de su estado de animo depresivo que la tenía recluida en una habitación casi sin levantarse de la cama, mostrara un manifiesto deseo de proteger y cuidar este embarazo, rechazando tomar cualquier medicación antidepresiva.
Cuando
tenía tres meses y medio de embarazo, comenzó a preocuparle el poco interés
que ella sentía por hablar de su estado, lo cual se hacía más evidente al ver
el entusiasmo de
su propia madre.. La señora X consciente de sus dificultades para sentir
y pensar sobre su hijo, se anima a pedir ayuda.
En la sesión acordada para trabaja esta carencia, se le pide a la señora X hablar de su infancia,. Después de un prolongado silencio reconoce que sus recuerdos de esos años son muy vagos. Aparecen algunas imágenes confusas de sus padres, distantes, inalcanzables, y a ella esmerándose por hacer las cosas bien.
En
las dos sesiones siguientes se trabajó sin mucho éxito
en la reconstrucción de lo vivido con sus padres. La señora X
incluso no recordaba haber conversado con su madre sobre como fue su
nacimiento y sus primeros años. Se aprecia sus dificultades para desarrollar
una conducta de apego y se busca en las sesiones siguientes crearle una ”base
segura” al estilo de Bolwby,(1985),
para
permitirle sentirse contenida creándole un escenario apropiado.
Posteriormente
se le pide hablar de los cambios físicos que sentía con su embarazo, a lo cual
responde que no siente nada, y es como si no estuviese embarazada. En un
intento de reconstruir sus representaciones del pasado y de ayudarla a
organizar su identidad materna, se crea una
escena donde ella representa
dos personajes, ella como niña y ella como madre gestante.
Se trabajo con pequeños relatos referentes a su infancia, en lo cual se le permitía alternar estos recuerdos con algunas situaciones o comentarios que se hubieran dado con relación a su embarazo o su hijo y, luego, debía transcribir todo ello en un pequeño cuaderno. Se buscaba contar con dos narraciones que, siendo paralelas, podían por momentos intersectarse y confundirse. Después de varias sesiones se apreció sus esfuerzos y deseos para reconstruir parte de su niñez, pero también su manifiesta dificultad para conectarse con su gestación, como si hubiese una escisión entre lo que debía hacer y podía sentir.
Pasada
esta etapa preparatoria difícil, se diseñó un nuevo escenario que permitiera
a la madre
contar con estímulos más concretos e intensos. Se le ofrecen varios
pequeños muñecos de trapo para que
escoja uno y se le pide ponerle un nombre. Después de tocar la falda a
una de ellas, la llamó Alicia. El propósito de esta escena era brindar a la
madre algo concreto que pudiese tocar y sentir en sus manos y, de esta manera,
promover hipotéticamente una comunicación
triangular entre la madre, la pequeña muñeca (cómo un objeto de
transición) y el
terapeuta.
La
señora X, con la pequeña muñeca en sus manos, se mostró sorprendida, por
momentos la tocaba
intentando descubrir algo, en otros, la acariciaba.
Se
utilizó técnicas narrativas (Freeman,Epston,Lobovits,
2001),
y se le pidió relatar una historia sobre Alicia, diciéndole que la única
manera de darle vida era prestándole su voz. En su relato fueron
surgiendo sucesos cargados de temores muy semejantes a los que ella había
sentido en su niñez. Cuando esto ocurría se le preguntaba si estaba hablando
de Alicia o de ella, y que nos aclare que parte del relato le correspondía a
una y otra. Posteriormente su relato fue diferenciándose, y poco a poco
fue construyendo una historia sólo para Alicia.
La
Señora X en este proceso narrativo (Ramos, 2001) fue
separando sus experiencias de vida de su experiencia como madre y, de esta
manera, tomando lo construido a través de su narración creó una nueva
historia para Alicia, en la cual ella también estaba comprendida y comenzó a
liberarse de aquella historia que le hacia sufrir. Había comenzado a hablar de
sus sentimientos y del placer de sentirlo mover en su vientre y, así, fue
creando representaciones maternas saludables que le permitieron disfrutar
esta nueva etapa de su embarazo.
A
su pedido, Alicia nació en
casa en parto bajo el agua. Dos meses antes había convencido a su
obstetra para que el parto fuera lo más natural posible, quería
sentir nacer a su hija.
Bowlby,
J. (1988). Una base segura. Barcelona: Ediciones Paidos.
Cramer
y Palacio-Espasa (1993). La practique des psychothérapies meres-bébés;
Études clinique et technique. París: Presses
Universitaires de France,
Boscolo/Bertrando
(2000). terapia sistémica individual.
Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Cyrulnik Boris (2001). Les
vilains petits canards. Editions. París:
Odile Jacob.
Fivas-Depeusinge (1987). Alliances et mésalliances
dans le dialogue entre adulte et bébé. La communication précoce dans la
famille. Neuchâtel-Paris: delachaux et Niestlé
Freeman,Epston,Lobovits
(2001). Terapia narrativa para niños.
Barcelona: Paidos.
Maturana/Varela
(1980). Autopoiesis y cognición.
Venecia: Marsilio
Portelance
Colette (1998). Relation d´aide et amour de soi. Montreál: CRAM.
Ramos, R.
(2001). Narrativas contadas, narrativas vividas. Barcelona: Paidos.
Stern Daniel
(1999). El
nacimiento de una madre. Barcelona: Ediciones Paidos.
Stern
Daniel, (1997).
La constelación familiar. Barcelona: Paidos.
Stern
Daniel, (1991) .
El mundo interpersonal del infante. Barcelona: Paidos.
Sluzki C.
(1991). La transformación terapéutica
de la trama narrativa. Revista deTerapia
Familiar, 36, 5-19.
Tomm K. /1985). Circular
interviewing, a multifaceted clinical tool. Londres: Gruna Stratton.
[1] Psiquiatra Infantil, ex Jefe del Departamento de Salud Mental del Niño y Adolescente HHV